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Hoy, hace tres años, tomaba protesta Luis Miguel Barbosa después de una guerra por la democracia que duró 20 meses. Inició cuando nos tocó enfrentar una feroz, asquerosa guerra sucia a la que se prestó todo el aparato gubernamental y sus aliados contra quien sería nuestro candidato.

Después llegaron las amenazas del morenovallismo contra concesionarios tanto de transporte público, como de cualquier espacio y medios de comunicación para cerrarnos el acceso a cualquier noticia o comercial, y amenazas también contra los maestros, doctores, enfermeras, a los trabajadores al servicio del estado en general.

Fluyeron ríos de dinero (público, faltaba más), para la operación electoral, decía el exgobernador que prefería incendiar Puebla antes que entregarla (como si se tratara de su propiedad).

El fraude fue en tres etapas: la primera: el acarreo, compra del voto, embarazo de urnas y violencia el día de la jornada. La segunda: compra y alianza con funcionarios electorales, evitar la mayor cantidad de recuentos, manosear las actas de los paquetes y los paquetes en sí, violar las bodegas; y la última, cuando todo eso había fallado: la compra de magistrados electorales para convalidar una elección que a todas luces se había descubierto fraudulenta.

Se dio un triunfo robado, nuestro candidato rechazó irse y se quedó para organizar una resistencia por la democracia que duraría seis años.

Muchos de los (supuestamente) nuestros se vendieron, algunos dieron la espalda y se sentaron con el nuevo régimen, hasta asistieron en primera fila a la toma de protesta y toda la cosa. Nadie se esperaba lo que vendría.

El accidente, el interinato, la organización de una nueva elección (mal llamada extraordinaria, el término correcto sería “ordinaria por ausencia definitiva”), la súplica permanente de los diputados de morena-PT-PES en la sexagésima legislatura al INE para que atrajera el proceso y no lo dejara en esas sucias manos que ya habían mostrado de lo que eran capaces. Vino la elección, ganamos otra vez y después de ese intrincado camino, se instaló un gobierno de la 4T en Puebla.

Siempre existen detractores superficiales, pero alguien que sepa, que estudie, que analice puede ver los claros avances y diferencias en todas las materias en estos primeros años:

La atención a la ciudadanía en casos como la pandemia, el huracán Grace o las explosiones de San Pablo Xochimehuacán. La atención a la ciudadanía de manera directa por parte del propio gobernador y los secretarios, en especial los martes ciudadanos. La realización de obras y contratación de servicios sin moches y prácticamente sin asignaciones directas.

El combate diario a la corrupción en los cuerpos policíacos y en los penales y el desmantelamiento de bandas que durante años trajeron azorada a la población. La desarticulación de las bandas huachicoleras. La protección del gobierno del estado a productores agrícolas.

El cuidado de los niños y sus derechos. El resguardo y rescate del patrimonio. El combate al endeudamiento y nuevos cobros a la ciudadanía. El no aumentar los impuestos y cobros existentes. La revisión de las cuentas de ejercicios anteriores. Entre muchas otras cosas.

Haciendo un balance, valió mucho la pena esa lucha que se dio.

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