La Poética de Aristóteles es una de las obras más relegadas y cuestionadas del pensador griego debido al halo de misterio que la rodea y la complejidad misma de su contenido. El carácter incompleto de este texto y su representación a través del tiempo en algunos contenidos populares —como en películas y piezas literarias— la hacen una obra de suma complejidad para la academia, pues además entraña una de las grandes preocupaciones del ser desde el inicio de los tiempos: la tragedia.
Si bien los expertos reconocen que su comprensión y aplicación van más allá del ámbito académico, es más compleja que otras obras del pensador. En ella se analiza, de manera profunda y diversa, el aporte valioso que tiene la tragedia ante la vulnerabilidad del ser cuando se enfrenta a lo desconocido o azaroso.
Jean Orejarena Torres, experto en filosofía contemporánea de la BUAP, brindó algunas claves para entender las aplicaciones y conceptos básicos de la Poética aristotélica; esto como parte del Seminario Permanente de Pensamiento Filosófico Literario de la Ibero Puebla.
Para el académico, la obra no solo explica la tragedia griega: también demuestra que los momentos amargos son necesarios para saberse humanos, obtener aprendizajes y ser virtuosos en la cotidianidad. Así, Orejarena Torres comenzó por explicar cómo Aristóteles entendía la praxis.
La praxis es única de los seres humanos; individual, elegible y siempre con un fin que, según el pensador clásico, era la búsqueda de la felicidad y una vida virtuosa. Para los griegos solo el ser humano era agente y productor de acción; la praxis es elegible porque todos los seres pueden tomar decisiones, y tienen la capacidad de hacerlo una vez que llegan a la adultez. Y tiene un fin, porque siempre hay un carácter teológico de por medio.
Así, sabiendo que solo los humanos pueden hacer, crear y actuar, Aristóteles vinculó la actividad humana con la ética y la filosofía práctica, ya que a pesar de que se toman decisiones con el fin de tener una buena vida, estas se ven condicionadas por los vicios, pasiones y las motivaciones propias de un individuo.
“Esa fragilidad apunta a que, por mucho que nosotros nos empeñemos en tratar de vivir una vida virtuosa y feliz, por la misma naturaleza de nuestras acciones y el hecho de que contamos con virtudes y vicios, la vida humana puede ser sujeta de infortunios, entendidos como acciones azarosas que pueden transformar de un momento para otro el carácter feliz de una buena vida”, así lo enmarcó Jean Orejarena.
Aun con ello, la tragedia es necesaria no solo para sabernos humanos como seres individuales; también ayuda a reconocer la otredad y, en el proceso, reconocer que estamos vivos con la expresión de las emociones —no importa cuán negativas o positivas sean estas— y la liberación de las inquietudes que agobian a las mentes perturbadas por la catástrofe.