Sería imposible entender el México actual si no se conocen los movimientos de resistencia ante la persistente conducta antidemocrática de sus gobiernos pasados. Iniciando el Siglo XX, Madero encabezó un movimiento revolucionario anti reeleccionista contra el régimen dictatorial y atroz de Porfirio Díaz. Después, con Madero como Presidente vino un golpe de Estado, posteriormente asesinatos de personajes como Venustiano Carranza y Álvaro Obregón, de este último se desprende la elección extraordinaria de 1929, donde mediante el fraude, el PNR (ahora PRI) se alza con un supuesto triunfo con 93.6% de votos. Después, en 1940, en una elección cuestionada y violenta, otra vez el PRI (PRM entonces), “triunfa” con el 93.9%. En 1952, en la elección que llevaría a Ruiz Cortines a la Presidencia con un supuesto 74.32%, el PRI gana entre un sinfín de irregularidades. Y así, Doña Porfiria, como le dice el presidente López Obrador, se mantuvo en el poder, replicando las artimañas en 1988 con el fraude de Carlos Salinas, e inclusive, en 2006 con el fraude prianista del espurio Felipe Calderón.
Este recuento federal se puede enriquecer si agregamos en el ámbito local los conflictos electorales más representativos, como Chihuahua en 1986, San Luis Potosí en 1961 y 1991, Guanajuato en 1991 y el último de los grandes fraudes, el que considero que cerrará esa negra etapa: el de Puebla en 2018.
Estos son algunos, pero muy representativos casos de un régimen antidemocrático que no le daba muchas opciones a la sociedad de expresarse políticamente, por lo que esa sociedad aprendió para hacerse escuchar, a tomar las calles como su tribuna, como su modo de protestar, defenderse y hacerse ver, y esas calles eran tomadas por los movimientos izquierdistas, progresistas y contestatarios, muchas veces con consecuencias funestas.
Los movimientos no solamente fueron político-electorales, protestaron médicos, ferrocarrileros, obreros, campesinos, maestros, estudiantes, siempre como método de resistencia al sistema, por no existir otros. Las últimas grandes marchas y concentraciones fueron las del movimiento obradorista, que nuestros adversarios repudiaban apelando al derecho de libre tránsito, a las afectaciones comerciales, a la mala imagen que se daba, entre otros argumentos ante nuestras manifestaciones. Y a pesar de ser un último recurso, porque es desgastante y complicado transportarse, caminar, gritar y protestar ante un aplastante régimen de oídos sordos, se nos calificaba de inconscientes, borregos, ociosos e ignorantes.
Ahora fue diferente, aunque hay condiciones democráticas, sin motivos o razones aparentes para tomar la calle (mordazas, persecuciones, amenazas, etc.), los conservadores quisieron marchar y lo hicieron sin temor a que algo les pudiera pasar, al contrario, existieron todas las facilidades y garantías que el Estado debe brindar para proteger sus derechos (no como antes).
Ahora los obradoristas haremos lo propio este 27 de noviembre en México y 4 de diciembre en Puebla, demostraremos que seguimos teniendo esa esencia, que somos los herederos históricos de esas luchas y que no hemos olvidado nuestras raíces, nuestros orígenes y que seguimos teniendo ese espíritu combativo para defender el proyecto que hoy es gobierno. Limpiar las instituciones, modernizarlas y democratizarlas hoy será nuestro grito. Así como siempre defendimos marchando la democracia, al Pueblo y la Patria, lo volveremos a hacer, y refrendaremos nuestro compromiso histórico con el cambio, con la Cuarta Transformación.
¡No que no, sí que sí, ya volvimos a salir!